domingo, 8 de julio de 2012

Dark Shadows en busca de la libertad


Hoy buscando en Internet alguna frase que me inspirará para escribir este blog dedicado aquellas mujeres que han luchado por su libertad, he encontrado este pequeño "cuento" escrito por Claudia Martinez Prado 
(http://masalladetuombligo.blogspot.com.es/2009/01/libertad-un-cuento-sobre-una-vctima-de.html)

Y he considerado que es perfecto para la serie de fotografías que os voy a exponer.

Titulado Dark Shadows en busca de la libertad, (Modelo Alba Andrés)



Gracias, aquí les espero – dije serenamente y colgué el teléfono.

Encendí un cigarrillo y me dejé caer con todo el peso del cuerpo en el sillón mientras daba una profunda calada que me sabía a gloria.
Estaba exhausta, pero a la vez un sentimiento de satisfacción me embriagaba, igual al que solía tener cuando realizaba una cirugía estética con éxito.
Ya no me acordaba de cuantas veces había fantaseado con recobrar mi libertad, con volver a sonreír, ya no por compromiso ni para disimular ante familiares, amigos y vecinos, la constante tensión en la que vivía, día tras día, al volver a casa.

Pero nunca antes, excepto hasta hace un par de horas atrás, justo cuando recibía el último puñetazo en mi cara; nunca me había imaginado que sería de ésta forma que recobraría mi lugar en el mundo. Un lugar diferente, si…pero mío.

Sé que tendré que pagar un precio por ello y lo haré con gusto. Sé que la cárcel no es una opción para el común de la gente. Pero, puedo jurarlo por mí hijo, que ahora mismo para mí es mejor opción que acabar en el congelador de la morgue policial

La verdadera privación de la libertad comenzó al mes y medio de casarme cuando, por un descuido tonto, quemé el puño de una de las camisas preferidas de mi marido. Yo era inexperta con la plancha, debido a que había estado mas dedicada a mi carrera de medicina que a aprender a hacer las labores de una casa. Pero su reacción a mi fallo fue tan fuerte como el golpe seco que le propinó a la tabla de planchar y que hizo que se partiera literalmente en dos.

En ese momento no supe ver que detrás de esa reacción vendrían otras cada vez peores. Estaba tan enamorada que lo único que sentía era vergüenza por no ser una esposa digna de mi marido. Y mientras le pedía perdón, entre un torrente de lagrimas, le prometía que no volvería a ocurrir nada semejante y que aprendería todo cuanto fuese necesario para ser una buena esposa. Sinceramente ansiaba ser la mejor para él. Y fue precisamente por ese deseo que desde ese instante caí en su trampa, en una telaraña de humillaciones y desprecios, de promesas y perdones, de golpes y arrepentimientos, de la que cada vez sería mas difícil de escapar, y por la cual, casi sin darme cuenta y de a poquito, había perdido mi libertad y mi dignidad.

Ahora, quince años después de ese primer episodio, estoy sentada en su sillón favorito, viéndolo inerte y desangrado sobre la alfombra blanca del salón, tan inofensivo que no parece él. Pero así y todo no soy capaz de sentir remordimientos por lo que he hecho ni pena alguna por él. Porque ahora me doy cuenta de que todo daba igual. Que, aunque hubiese sido la mejor ama de casa del mundo, aunque jamás hubiera cometido ni un solo error, aunque no me hubiese dedicado a mi profesión, y no hubiese ganado mas dinero que él, nada de eso hubiera sido suficiente para ser digna de su amor y respeto.


Suena el timbre. Dejo la colilla del cigarro, que hacia ya un buen rato que estaba apagado entre mis dedos y que, por el divagar de mis pensamientos, ni lo había notado. Me levanto y abro la puerta. Es la policía. Respiro profundo y les hago pasar.


Claudia Martínez Pardo


(por vuestra libertad, seguir buscando la luz)
















































































No hay comentarios:

Publicar un comentario